viernes, 25 de noviembre de 2011

Capítulo 5 ~ Una visión blanquecina de los acontecimientos.

[ANTES QUE NADA, PEDIR DISCULPAS POR LO CORTO QUE ES EL CAPÍTULO Y POR HABER TARDADO TANTO EN SUBIRLO, PERO ES QUE HAY EXÁMENES Y DEMÁS. INFORMACIÓN EXTRA: EL PROTAGONISTA SUFRE DE BIPOLARIDAD]

Después de todo lo ocurrido, decidí irme a mi casa a dormir y a reflexionar sobre los acontecimientos, ya visitaría a mi madre después, porque ahora era su hora de la siesta y no podía recibir visitas.

  Salí de los juzgados y me dirigí al aparcamiento, busqué mi viejo coche, que anteriormente fue de mi padre. Resaltaba entre todos los demás por su abolladura en la puerta derecha y por su raro color naranja apagado.

Me acerqué a él y abrí la puerta con las llaves, entré, y me senté.

Arranqué el coche, pisé primera y aceleré, encendí la radio. ¡Oh, sí! Una canción de country estaría bien.

Giré el volante hacia la izquierda derecha, hacía círculos enteros, salir del aparcamiento me costó lo suyo. Pero por fin salí a la carretera, conducía yo alegremente cantando la canción que casi había acabado cuando los ojos se me nublaron, sólo veía blanco, pero no uno normal, era un blanco de una nube, blandito y ahuecado.

Frené de golpe, oía cómo me pitaban otros coches, pero no podía verlos. De repente, recuperé la vista, mi coche y yo estábamos a escasos milímetros del tronco de un árbol.

No pensé ni por un momento en qué podía haber sido eso, simplemente, eché marcha atrás y seguí el camino a casa.

De que me quise dar cuenta, ya estaba en el ascensor de mi pisito en el centro, es uno de los edificios más raros que he visto en mi vida, tiene un ascensor con dos puertas, como el de algunos hospitales, y según por qué puerta salieras, ibas a un ala diferente del edificio.
Yo vivía en el ala Este, algunas veces, me equivocaba porque iba pensando en mis cosas y salí al ala Oeste y como son exactamente iguales, intentaba abrir la puerta de mi vecino.

Sonó el pitido del ascensor, ya había llegado a mi planta.

martes, 8 de noviembre de 2011

Capítulo 4 - Una charla con Mr. Hospital ~

# Pi, pi, pii .... pi,piii,pii,pi,pi,pi...
Creía saberme de memoria el número de teléfono del hospital ya que, hacía pocos meses, había estado mi hermana ingresada en él y yo llamaba cada noche, para hablar con ella.
 Esperé hasta que me contestó una máquina extraña, porque, inusualmente, me contestó con una voz de hombre muy, muy ronca.
      -Buenos días, está llamando usted al hospital "La Esperanza". Si desea usted hablar con un paciente, marque 02 y su número de habitación. Si usted, en cambio, desea información, pulse 197. ¡Gracias!
    Y se calló.
    Pulsé el 197 y esperé de nuevo mientras daba vueltas en la silla de mi despacho y veía girar repetidamente mi mesa, el armario y la ventana.
Sonada de música de espera "La quinta estación", este hospital era bastante raro.
     Y por fin, contestó una chica de voz angelical.
       - Buenos días, esto es información, ¿qué desea? - me dijo esto mientras mascaba un chicle y hacía pompitas, y, de fondo se oían máquinas y una lima de uñas en acción-
       + Buenos días, señorita...
        - Mª Ángeles,  -explotó la pompita-.
        + Eso, Mª Ángeles, buenos días. -hice una pausa - Llamaba para preguntar si mi madre está en el hospital... Se llama Belén, Belén López Caravante.
        -Mmmmm... déjeme comprobarlo, - se oían las teclas de un ordenador o portátil al ser pulsadas una por una lentamente- Sí, sí, aquí está en la habitación 417; pero, señor, esta mujer lleva aquí unos meses, y si es su madre, ¿cómo es que usted no lo sabía?
          + Bueno, en realidad sí lo sabía, lo que pasa es que... -carraspeé- Estaba ingresada de cáncer, eso sí, pero me acaban de comunicar que está terminal, cosa que yo no sabía, y supongo que le quedará ya poco tiempo, lo siento, antes me he expresado mal.
   
      La chica hizo una pausa en su habla y en sus repetitivas explosiones de bombitas de chicle; parecía que ya no estuviera, que se hubiera ido dejándome a mí a la espera indefinidamente. Miré por la ventana, había un parque muy transitado en frente de los juzgados.
Vi a niños con sus padres, con sus abuelos, revolcándose por la arena, y lanzándose por oxidados toboganes de pintura corroída y, me entró la nostalgia.

      De pronto, se oyeron por el teléfono unos pasos acercándose y me contestó la chica:
         - Está usted en lo cierto, su madre está ingresada con cáncer terminal, apenas le queda un mes. Adiós.
    
      Me sentí como una basura, me deprimí, lloré de la risa y de la pena, me volví loco, mi madre era la única persona que sabía por qué era corrupto, la única que me comprendía y la que tantas veces me había ayudado y ahora, se iba a morir.
Me levanté ipsofacto de mi silla en cuanto me sequé la última lágrima que caía de mis verdosos ojos. Salí al pasillo y, agarrándome de la puerta, miré hacia un lado y hacia otro, buscando a Emilio, pero ya no estaba, había desaparecido.

viernes, 4 de noviembre de 2011

EL JUEZ DEL PERDÓN ETERNO - CAPÍTULO 3. ~

Emilio no hizo ni un gesto. No se enfadó, no río, nada. Todo lo que hizo fue suspirar, dio una vuelta de 180º , dio varios pasos hasta alcanzar una silla que había entre una mesita y la puerta, la cogió los reposabrazos y, junto con la silla, se dirigió otra vez hacia mi mesa y colocó la silla en frente de ésta.

       Seguidamente, se sentó, se cruzó de piernas, apoyó los codos sobre la mesa dejando caer las fotografías que en ella había y luego juntó las manos y dejó en reposo su cabeza sobre sus manos cerradas.

Entonces, dejó salir de su boca unas palabras pensadas para cortar cuellos.

  -No amigo, no. No estoy de broma y es más, usted… ¡Se lo merece! Por ser un sucio juez corrupto que manda al corredor de la muerte a gente inocente. ¡Es usted un gusano!.. ¿¡Qué se cree, que nadie se iba a dar cuenta!?, ¿¡Eh!?.. –tosió-.

  -¿¡Y usted cómo cojones sabe nada de esto!? –Los ojos se me salían de las órbitas - ¿Me has estado espiando a caso?..

Echó unas frías carcajadas, se levantó y se fue.

Una larga tira de recuerdos recorrieron mi mente; mi séptimo cumpleaños la primera vez que vi el mar, cuando me independicé, mi boda, el nacimiento de mi primera hija… Y en todos ellos estaba presente mi madre.

     No había otra, si quería saber si era verdad, debería llamar al hospital.