jueves, 22 de diciembre de 2011

CAPÍTULO 6.

Una musiquilla de fondo alegraba los apagados pasillos de mi edificio, eran demasiado modernos, y por lo tanto, para mi gusto, sosos.

Llegué a mi casa por fin, ¡dios, qué sueño tenía! No me dio tiempo ni si quiera a asearme un poco o a lavarme los dientes, me quité la chaqueta y te caí redondo en la cama.

Dormía profundamente.

Alguien o algo, rozó mi hombro, repetidas veces porque yo no le complacía despertándome, hasta que lo hice, y vi algo que os aseguro, todos querríamos ver por lo menos una vez en nuestras vidas, y a mí, me estaba tocando la lotería.

Era un ángel, no de estos que describen los libros con aureolas, que brillan, que tienen rostros afables y tranquilos, rubios… No, éste era totalmente diferente, sólo sabía que era un ángel por sus pequeñas alas y porque llevaba una chapita que ponía “Ángel guía”

Vale, sí era todo una gran escena surrealista,  una gran tontería, quién sabe, quizás fuese un tonto sueño para al despertarme echar a reír como un poseso, que me alegrara aunque fuese un poco el día, pero no fue, así, mis tonta sospechas se hicieron ciertas, y he aquí mi historia.

No grité, no dije nada, esperé unos largos minutos hasta que el ángel hablara, y al final, lo hizo, me dijo que él era mi ángel, que me lo había asignado DIOS. Y me echó el sermón de lo mala persona que yo era, que por muy pobre que fuese y por tantos palos que me diera la vida, no era razón para aceptar esos miserables sobornos.

No asentía, no le daba la razón, pero tampoco le replicaba, simplemente, le escuchaba, su corto pelo negro le tapaba un ojo, e iba vestido de calle, de un chico joven, con vaqueros rasgados y una camiseta a  cuadros rojos y negros, pero tenía una voz suave y armoniosa, además del rollo me dijo también que iba así vestido porque algunos humanos nacían con la capacidad de ver a los seres sobrenaturales, y si él pasaba por un humano, nadie se sorprendería al verle.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Capítulo 5 ~ Una visión blanquecina de los acontecimientos.

[ANTES QUE NADA, PEDIR DISCULPAS POR LO CORTO QUE ES EL CAPÍTULO Y POR HABER TARDADO TANTO EN SUBIRLO, PERO ES QUE HAY EXÁMENES Y DEMÁS. INFORMACIÓN EXTRA: EL PROTAGONISTA SUFRE DE BIPOLARIDAD]

Después de todo lo ocurrido, decidí irme a mi casa a dormir y a reflexionar sobre los acontecimientos, ya visitaría a mi madre después, porque ahora era su hora de la siesta y no podía recibir visitas.

  Salí de los juzgados y me dirigí al aparcamiento, busqué mi viejo coche, que anteriormente fue de mi padre. Resaltaba entre todos los demás por su abolladura en la puerta derecha y por su raro color naranja apagado.

Me acerqué a él y abrí la puerta con las llaves, entré, y me senté.

Arranqué el coche, pisé primera y aceleré, encendí la radio. ¡Oh, sí! Una canción de country estaría bien.

Giré el volante hacia la izquierda derecha, hacía círculos enteros, salir del aparcamiento me costó lo suyo. Pero por fin salí a la carretera, conducía yo alegremente cantando la canción que casi había acabado cuando los ojos se me nublaron, sólo veía blanco, pero no uno normal, era un blanco de una nube, blandito y ahuecado.

Frené de golpe, oía cómo me pitaban otros coches, pero no podía verlos. De repente, recuperé la vista, mi coche y yo estábamos a escasos milímetros del tronco de un árbol.

No pensé ni por un momento en qué podía haber sido eso, simplemente, eché marcha atrás y seguí el camino a casa.

De que me quise dar cuenta, ya estaba en el ascensor de mi pisito en el centro, es uno de los edificios más raros que he visto en mi vida, tiene un ascensor con dos puertas, como el de algunos hospitales, y según por qué puerta salieras, ibas a un ala diferente del edificio.
Yo vivía en el ala Este, algunas veces, me equivocaba porque iba pensando en mis cosas y salí al ala Oeste y como son exactamente iguales, intentaba abrir la puerta de mi vecino.

Sonó el pitido del ascensor, ya había llegado a mi planta.

martes, 8 de noviembre de 2011

Capítulo 4 - Una charla con Mr. Hospital ~

# Pi, pi, pii .... pi,piii,pii,pi,pi,pi...
Creía saberme de memoria el número de teléfono del hospital ya que, hacía pocos meses, había estado mi hermana ingresada en él y yo llamaba cada noche, para hablar con ella.
 Esperé hasta que me contestó una máquina extraña, porque, inusualmente, me contestó con una voz de hombre muy, muy ronca.
      -Buenos días, está llamando usted al hospital "La Esperanza". Si desea usted hablar con un paciente, marque 02 y su número de habitación. Si usted, en cambio, desea información, pulse 197. ¡Gracias!
    Y se calló.
    Pulsé el 197 y esperé de nuevo mientras daba vueltas en la silla de mi despacho y veía girar repetidamente mi mesa, el armario y la ventana.
Sonada de música de espera "La quinta estación", este hospital era bastante raro.
     Y por fin, contestó una chica de voz angelical.
       - Buenos días, esto es información, ¿qué desea? - me dijo esto mientras mascaba un chicle y hacía pompitas, y, de fondo se oían máquinas y una lima de uñas en acción-
       + Buenos días, señorita...
        - Mª Ángeles,  -explotó la pompita-.
        + Eso, Mª Ángeles, buenos días. -hice una pausa - Llamaba para preguntar si mi madre está en el hospital... Se llama Belén, Belén López Caravante.
        -Mmmmm... déjeme comprobarlo, - se oían las teclas de un ordenador o portátil al ser pulsadas una por una lentamente- Sí, sí, aquí está en la habitación 417; pero, señor, esta mujer lleva aquí unos meses, y si es su madre, ¿cómo es que usted no lo sabía?
          + Bueno, en realidad sí lo sabía, lo que pasa es que... -carraspeé- Estaba ingresada de cáncer, eso sí, pero me acaban de comunicar que está terminal, cosa que yo no sabía, y supongo que le quedará ya poco tiempo, lo siento, antes me he expresado mal.
   
      La chica hizo una pausa en su habla y en sus repetitivas explosiones de bombitas de chicle; parecía que ya no estuviera, que se hubiera ido dejándome a mí a la espera indefinidamente. Miré por la ventana, había un parque muy transitado en frente de los juzgados.
Vi a niños con sus padres, con sus abuelos, revolcándose por la arena, y lanzándose por oxidados toboganes de pintura corroída y, me entró la nostalgia.

      De pronto, se oyeron por el teléfono unos pasos acercándose y me contestó la chica:
         - Está usted en lo cierto, su madre está ingresada con cáncer terminal, apenas le queda un mes. Adiós.
    
      Me sentí como una basura, me deprimí, lloré de la risa y de la pena, me volví loco, mi madre era la única persona que sabía por qué era corrupto, la única que me comprendía y la que tantas veces me había ayudado y ahora, se iba a morir.
Me levanté ipsofacto de mi silla en cuanto me sequé la última lágrima que caía de mis verdosos ojos. Salí al pasillo y, agarrándome de la puerta, miré hacia un lado y hacia otro, buscando a Emilio, pero ya no estaba, había desaparecido.

viernes, 4 de noviembre de 2011

EL JUEZ DEL PERDÓN ETERNO - CAPÍTULO 3. ~

Emilio no hizo ni un gesto. No se enfadó, no río, nada. Todo lo que hizo fue suspirar, dio una vuelta de 180º , dio varios pasos hasta alcanzar una silla que había entre una mesita y la puerta, la cogió los reposabrazos y, junto con la silla, se dirigió otra vez hacia mi mesa y colocó la silla en frente de ésta.

       Seguidamente, se sentó, se cruzó de piernas, apoyó los codos sobre la mesa dejando caer las fotografías que en ella había y luego juntó las manos y dejó en reposo su cabeza sobre sus manos cerradas.

Entonces, dejó salir de su boca unas palabras pensadas para cortar cuellos.

  -No amigo, no. No estoy de broma y es más, usted… ¡Se lo merece! Por ser un sucio juez corrupto que manda al corredor de la muerte a gente inocente. ¡Es usted un gusano!.. ¿¡Qué se cree, que nadie se iba a dar cuenta!?, ¿¡Eh!?.. –tosió-.

  -¿¡Y usted cómo cojones sabe nada de esto!? –Los ojos se me salían de las órbitas - ¿Me has estado espiando a caso?..

Echó unas frías carcajadas, se levantó y se fue.

Una larga tira de recuerdos recorrieron mi mente; mi séptimo cumpleaños la primera vez que vi el mar, cuando me independicé, mi boda, el nacimiento de mi primera hija… Y en todos ellos estaba presente mi madre.

     No había otra, si quería saber si era verdad, debería llamar al hospital.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Capítulo 2. -El juez del perdón eterno-

El juicio dio comienzo, toda la gente que se encontraba en la sala empezó a murmurar, mucha gente ya sospechaba de mí, de que soy un corrupto, y esto me empezaba a preocupar. Puse orden en la sala, y todo empezó.                                                                                                                                                        El testigo sobornado habló el primero, me sorprendió lo buen actor que era y sus grandes dotes para poner diferentes caras en distintas ocasiones muy oportunas en el juicio. Parece que la gente se empezaba a decantar por el testigo y por mí, sólo faltaba convencer al jurado, aunque sospechaba que también, en su gran mayoría estarían sobornados.

Ya estábamos finalizando el juicio, el jurado me comunicó su veredicto, “CULPABLE”. Lo suponía. Y mi sentencia fue la muerte mediante una inyección letal.

El acusado de hundió en un mar de lágrimas, puso sus manos sobre sus ojos para que la demás no le vieran llorar y supongo, que así conservar lo que le quedaba de virilidad.

Mientras él lloraba, yo me disponía a irme por la misma puerta por la que había entrado a la sala, pensando en por qué alguien soborna a otra persona para que condene a una tercera a muerte sin que la primera pudiese ni tocarlo, o sea, que no era una de esas personas enfermas que sentían cierto placer al matar a otros seres humanos, creo que era otro tipo de enfermo, el cual, simplemente se sentiría aliviado, o lleno de placer o como si tuviese el poder de dios de decidir quién vive y quién no.

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Dirigí mis pasos hacia… digamos, mi despacho personal, donde tenía estanterías llenas de libros de abogacía y demás, y una gran mesa de gruesa madera de roble. En ella reposaban varias fotos familiares, una mía y de mi madre cuando yo era pequeño, y de fondo un caballo blanco. Otra de mí y de mis hijos; estaba con ellos en una excursión que hicimos al lago más cercano, ya que a mi hija pequeña le marea cualquier tipo de transporte.

[…]

Tomé asiento sobre mi silla de cómo regazo. Llamaron a la puerta.

-¡Puede entrar! –dije con una voz un poco más alta de lo normal-

Un hombre pasó, tenía el pelo largo y con bastantes rastas, parecía un payaso porque llevaba cada rasta de un color diferente, si le hubiera puesto en frente de la pared de un colegio infantil, no se notaría la diferencia. Era un tipo bastante raro y peculiar, y llevaba un traje elegante, pero con una marca como si fuera un representante de un hospital o de alguna farmacia y, en efecto, lo era.

-Perdone usted mi intromisión… –carraspeó, se llevó la mano a la boca para tapársela- Perdone. Bueno, lo que le quería contar es básicamente, que su madre está ingresada en el hospital “La Esperanza” porque se le ha detectado un cáncer avanzado.

- ¿¡Un qué!? –Me levanté de la silla, golpeando la mesa con mis manos-

-Siéntese, por favor. No monte espectáculos innecesarios.

Alucinaba. No podía creer lo que estaba sucediendo, ese payaso me daba órdenes y encima venía contándome que mi madre se estaba muriendo.

-Verá … ¿cuál es su nombre, caballero?

-Emilio, me llamo Emilio Fernández.

-Emilio. Verá usted, soy juez, como comprenderá no tengo mucho, bueno ni mucho ni nada, no tengo tiempo para tonterías, asique, por favor, salga de mi despacho y olvidaré esta absurda broma de mal gusto.

domingo, 23 de octubre de 2011

Capítulo 1. -El juez del perdón eterno-

TEXAS, NOVIEMBRE DE 1997.

Volví a hacerlo. Volví a aceptar ese fajo de billetes amarillos, iban dentro de un sobre sencillo, de color amarillo. Me lo guardé en la toga, ya que así no haría mucho bulto, y entonces fue cuando abría la gran puerta, para presidir el siguiente juicio.

 La persona a la que debía de juzgar era un hombre, con unas pintas de drogadicto, que pienso que no evitaría ni con un amplio maquillaje sobre la cara, le hacía falta una buena, duradera y amena ducha con mucho, mucho jabón.

Llevaba la cabeza rapada, y sobre esta un tatuaje, el cual no tenía significado alguno desde mi punto de vista, simplemente eran rayajos para aumentar el miedo hacia él. Unos grandes y gruesos pendientes le perforaban la oreja derecha, en concreto, tres.

 Subí las escaleras dirigiéndome hacia mi asiento, el que presidía la sala; Una ola de calor vino de golpe hacia mí, empecé a sudar y sudar. Saqué un pañuelo  que tenía en el bolsillo para secarme las gotas de sudor.

Después de eso, tomé asiento y di comienzo al juicio, escuché las declaraciones del acusado, de los testigos, y me estaba empezando a aburrir porque sabía de antemano el resultado de aquel juicio, me pareciese lo que me pareciese.

 El acusado se llamaba Frank Simpson, curioso por esta serie que creo que todos conocemos, pero prosigamos, Frank era acusado de, en términos fáciles, “Robo en un banco, a mano armada, con 3 personas muertas y 2 heridos…”

Sólo había un falso testigo, comprado con anterioridad, que decía haberle visto una parte del tatuaje de la cabeza cuándo el pasamontañas que llevaba puesto en la cabeza, se dobló un poco al huir. Pero en realidad, este hombre sólo estaba en este juicio por haber engañado a un hombre de alto nivel, el mismo que me compró a mí y al testigo, y quería venganza con la muerte de Frank.

En este estado de América, existe la pena de muerte, y ese es el papel que yo desempeño, ser juez de vidas humanas. No juzgo a mi parecer, en la mayoría de juicios me sobornan con altas cantidades de dinero, y acepto, no porque yo sea una persona codiciosa, pero sí porque tengo que pagar las sesiones de quimioterapia a mi madre, a cinco enfermeras exclusivamente para ellas, comida también hecha especialmente para ella…

Y esto, con mis 4 hijos, a los que tengo que pagarles un colegio privado, por órdenes de mi ex mujer, a la que también tengo que mantener con la mitad de mi suelo. Hagan cuentas, porque a mí, no me salen.