Después de todo lo ocurrido, decidí irme a mi casa a dormir y a reflexionar sobre los acontecimientos, ya visitaría a mi madre después, porque ahora era su hora de la siesta y no podía recibir visitas.
Salí de los juzgados y me dirigí al aparcamiento, busqué mi viejo coche, que anteriormente fue de mi padre. Resaltaba entre todos los demás por su abolladura en la puerta derecha y por su raro color naranja apagado.
Me acerqué a él y abrí la puerta con las llaves, entré, y me senté.
Arranqué el coche, pisé primera y aceleré, encendí la radio. ¡Oh, sí! Una canción de country estaría bien.
Giré el volante hacia la izquierda derecha, hacía círculos enteros, salir del aparcamiento me costó lo suyo. Pero por fin salí a la carretera, conducía yo alegremente cantando la canción que casi había acabado cuando los ojos se me nublaron, sólo veía blanco, pero no uno normal, era un blanco de una nube, blandito y ahuecado.
Frené de golpe, oía cómo me pitaban otros coches, pero no podía verlos. De repente, recuperé la vista, mi coche y yo estábamos a escasos milímetros del tronco de un árbol.
No pensé ni por un momento en qué podía haber sido eso, simplemente, eché marcha atrás y seguí el camino a casa.
De que me quise dar cuenta, ya estaba en el ascensor de mi pisito en el centro, es uno de los edificios más raros que he visto en mi vida, tiene un ascensor con dos puertas, como el de algunos hospitales, y según por qué puerta salieras, ibas a un ala diferente del edificio.
Yo vivía en el ala Este, algunas veces, me equivocaba porque iba pensando en mis cosas y salí al ala Oeste y como son exactamente iguales, intentaba abrir la puerta de mi vecino.Sonó el pitido del ascensor, ya había llegado a mi planta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario